Había una vez, cuatro amigos. Ellos, sin saberlo, tenían un pacto con el dios de la música. Él había escrito que se encontraran y le rindieran culto. A cambio, ellos solamente deberían estar juntos, disfrutar de su música y alegrar al mundo.
Como Orfeo, ellos encantaban a todos. Todo lo que tocaban se hacía oro. Crearon, encantaron... tocaron. El primero, un ángel, música tierna y dulce. El segundo, el demonio, música provocadora, áspera y fuerte. El tercero subía en su guitarra a toda la banda y los llevaba de paseo. El cuarto no se metía en problemas, los usaba como su voz desde el fondo de la escena. Cuando jugaban juntos, la música volaba, se sentía a cada paso. El dios de la música estaba complacido.
Hicieron del rock su arma, fueron al circo, navegaron bajo sus propios mares, hicieron viajes mágicos... mientras tanto, fumaban, se drogaban, enamoraban mujeres, hacían el amor, y todo lo que un semidios en su sano juicio debe hacer. Y el dios de la música estaba complacido.
Un día se miraron y era claro. La fiesta terminó. “Al final, el amor que tomas es igual al amor que das”. Tomó cada cual su camino. El dios de la música los dejó, habían roto el pacto.
El ángel, solo, hizo armonías tan dulces que muchos se aburrieron. El demonio, hizo música tan áspera que nadie quiso escucharlo. El otro navegó a la deriva en su guitarra. El último heredó sus baquetas y se quedó sin voz.
Ahora, cada vez que alguien escucha sus canciones, el dios de la música aparece, y se ve bailar a ángeles y demonios a través del universo...
Como Orfeo, ellos encantaban a todos. Todo lo que tocaban se hacía oro. Crearon, encantaron... tocaron. El primero, un ángel, música tierna y dulce. El segundo, el demonio, música provocadora, áspera y fuerte. El tercero subía en su guitarra a toda la banda y los llevaba de paseo. El cuarto no se metía en problemas, los usaba como su voz desde el fondo de la escena. Cuando jugaban juntos, la música volaba, se sentía a cada paso. El dios de la música estaba complacido.
Hicieron del rock su arma, fueron al circo, navegaron bajo sus propios mares, hicieron viajes mágicos... mientras tanto, fumaban, se drogaban, enamoraban mujeres, hacían el amor, y todo lo que un semidios en su sano juicio debe hacer. Y el dios de la música estaba complacido.
Un día se miraron y era claro. La fiesta terminó. “Al final, el amor que tomas es igual al amor que das”. Tomó cada cual su camino. El dios de la música los dejó, habían roto el pacto.
El ángel, solo, hizo armonías tan dulces que muchos se aburrieron. El demonio, hizo música tan áspera que nadie quiso escucharlo. El otro navegó a la deriva en su guitarra. El último heredó sus baquetas y se quedó sin voz.
Ahora, cada vez que alguien escucha sus canciones, el dios de la música aparece, y se ve bailar a ángeles y demonios a través del universo...
4 comentarios:
Existe un momento en el cual las alianzas divinas se rompen. Creo que eso ha pasado siempre y seguirá pasando.
Saludillos
Deja de ser "nena" y quita el word verification. A veces veo murcielagos en esas cosas.
Jajajaja... lo siento, no quise rasguñar suceptibilidades.
¿A ti no se te ha ido alguna vez un: "no seas nena"?
Creo que a mi se me van mucho, desde hoy prometo contar aquellas frases e intentar cambiarlas por unas con más picante.
He de confesar que se me van muchos "ya no seas marica".
Ja!
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