lunes, noviembre 27, 2006

Quito Llueve


Desde que soy pequeño, me di cuenta rápidamente de un fenómeno natural que da vida a la tierra. La lluvia. Pasaron algunos años para tener la desafortunada claridad de entender por qué, eliminando especulaciones muy interesantes.

Para entonces, pude ver que Quito es una ciudad está hecha para el invierno. Las montañas se ponen verdes, el cielo gris tiene sentido junto al color de las piedras del Centro.... todo está pensado para el invierno. Sino, consúltelo con su closet.

El verano, salvo por las cometas, artefacto por demás increíble, es un estado artificial. Quito no es una ciudad amarilla, y el humo forestal le sale sobrando, teniendo en cuenta el smog.

Hasta que no pude vivir en otra ciudad, no pude comparar la mía. Quito es sencillamente espectacular. Te obliga a vivir entre el amor (cuando sales en la mañana y ves las montañas arrugadas por la luz del sol) y el odio (cuando un ladrón te rompe la nariz un domingo en la Mariscal). Nuestro sol es de verdad, incendia los colores, quema la cabeza, es un sol sincero (para pesar de algunos fotógrafos).

Cuando llueve, Quito vuelve a su estado natural. El cielo es gris, las piedras brillan, los pocos sapos sobrevivientes se farrean las tardes, el aire se limpia, y el frío te recuerda la realidad de los 2800 metros. Las quiteñas sin duda se ven mejor mojadas, con el liso arruinado, casi casi en su estado natural.

En todas las ciudades del mundo llueve. Luego de ver un par de ciudades más, la conclusión es clara: en Quito no llueve, Quito llueve. Llueve desde adentro, desde las hojas caídas por el granizo, desde las iglesias curuchupas del Centro, desde la cara de la niña que salta feliz un charco, desde los barquitos que navegan en los bordes de las veredas.

Quito llueve. Se siente adentro.

martes, noviembre 21, 2006

Palabras Lindas

“Paramea: te quedó bonito el verbo ad hoc”.
Botellita de Jerez en la caja de comentarios de La Horca.

Cuando leí este comentario de mi último post, solo pude pensar: ¡se oye lindo! Acudí al Pequeño Larousse Ilustrado, por décima vez, a comprobar el significado de tan galante palabra, no Castellana, ad hoc.

Igual que cuando se habla con gente de verdad culta e inteligente, la ignorancia me topa los talones. Y me siento, automáticamente, como amante de la parrillada en almuerzo de vegetarianos defensores de los animales. Salvaje, primitivo, básico.

Resulta siempre interesante tratar de comprender el valor de las palabras. Como un par de palabras, bien empleadas, pueden decir mucho de lo que eres (o de lo que pretendes ser). Hay gente a la que sencillamente esta aura de palabras, inteligencia y cultura, les acompaña por la vida, como el olor de un perfume fino. Los que no somos muy inteligentes y nos esforzamos por parecer cultos, nos toca ponernos una imitación de ese perfume cada mañana. El sueño: que la “pose de los que saben” como la hemos nombrado con el Pastv, se nos pegue algún rato. Lo siguiente que se nos ocurre es que cuando se nos pegue, es porque “ya sabemos”.

Volviendo a las palabras de origen incierto, pues hay otras que la gente usa con confianza e inteligencia: vox populi, per se, in situ, in vitro. Sobrevivientes esforzadas de los restos de lenguajes populares viejos, se niegan a morir, usando siempre tipo de letra italica o aferradas en las gargantas de algunos cultos, o sencillamente sirven para hacer que procedimientos muy complicados como la concepción fuera del vientre materno se oigan lindo.

De ahí para adelante, un deseo: ojalá continúe siendo básico. Ser primitivo, salvaje, disfrutar de un buen trozo de carne, aunque los ambientalistas, vegetarianos, economistas y mi organismo general mueran de miedo; y aún mejor, seguir aprendiendo, escuchando ópera y a Papá Roncón con el mismo gusto, comiendo Queso Gruyere y Tortillas con Hornado, con la misma pasión.

Y no más palabras lindas, porque, recordando al amigo Sabines, “las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada”.

Por lo pronto, tengo entradas para el rejoneo del sábado próximo, aunque no esté de moda apreciar el arte taurino, punto más alto de la bestia que tenemos dentro, a la que tanto amo. Ego sum qui sum.

martes, noviembre 14, 2006

Sábado de Páramo

Sábado. Son las seis de la mañana. La temperatura, alrededor de los 6 grados. Sales de casa. La gente te mira.¿Qué es lo que le mueve a un ser humano racional a salir al frío? ¡Y en sábado¡ Por un momento, te preguntas lo mismo. Un ser humano normal y feliz, está en su cama, junto a un cuerpo desnudo, o simplemente dormido, defendiéndose de la serranía ecuatoriana bajo sus cobijas mientras ve Dibujos Animados. O pasando el chuchaqui del sagrado san viernes. Solo te mueve tu destino. Paramea.

Pero cuando llegas, lo entiendes todo. Un colibrí pasa rápido, así te saluda. El bosque se abre frente a ti. Tu caballito de metal apenas se deja oír, avanza sigiloso, se deja guiar mansamente, si quejarse, sin reclamos del frío o la llovizna, que ahora ya es un aguacero considerable.

Ya no piensas en nada. El frío te acaricia la cara, las ramas se encargan de mojar lo que te quedaba seco, pero no importa. La actividad y la emoción de la adrenalina te permiten hasta el lujo de sentir calor. Ahora entras en la niebla, si el cielo existe debe ser muy parecido.

Bajo tus pies, el lodo pasa, llegando desde la llanta delantero a tu rostro de vez en cuando. Lo sientes, siente tu sudor, de pronto piensas que está hecho de lo mismo: tierra y agua. Escuchas el goteo de los árboles sobre la tierra.

Los pájaros escampan en las ramas, así que te quedan los sapos. Concierto en el bosque, el agua ha llegado y cae suavemente. Casi no hay gente, pocos son los locos que disfrutan del invierno tanto como volar cometas. Solo el bosque, tu caballito y vos.

Pasas sobre todos los charcos que encuentras, recuerdas tus 5 años, las veces en que no te dejaron jugar bajo la lluvia, agradeces el haber crecido sin dejar de ser niño. Para entonces, estás empapado, marrón por el lodo, agotado por pedalear en mojado; solo piensas en la felicidad del momento, tu ducha de agua caliente y una canción de Silvio.

Sales del bosque hacia la realidad, el pavimento, los autos estancados en el tráfico, y llegar a casa, que te mira y recuerda que, desde que eras pequeño, siempre fue difícil mantenerte lejos de la lluvia, los charcos y el lodo.

miércoles, noviembre 08, 2006

Angeles y Demonios

Había una vez, cuatro amigos. Ellos, sin saberlo, tenían un pacto con el dios de la música. Él había escrito que se encontraran y le rindieran culto. A cambio, ellos solamente deberían estar juntos, disfrutar de su música y alegrar al mundo.

Como Orfeo, ellos encantaban a todos. Todo lo que tocaban se hacía oro. Crearon, encantaron... tocaron. El primero, un ángel, música tierna y dulce. El segundo, el demonio, música provocadora, áspera y fuerte. El tercero subía en su guitarra a toda la banda y los llevaba de paseo. El cuarto no se metía en problemas, los usaba como su voz desde el fondo de la escena. Cuando jugaban juntos, la música volaba, se sentía a cada paso. El dios de la música estaba complacido.

Hicieron del rock su arma, fueron al circo, navegaron bajo sus propios mares, hicieron viajes mágicos... mientras tanto, fumaban, se drogaban, enamoraban mujeres, hacían el amor, y todo lo que un semidios en su sano juicio debe hacer. Y el dios de la música estaba complacido.

Un día se miraron y era claro. La fiesta terminó. “Al final, el amor que tomas es igual al amor que das”. Tomó cada cual su camino. El dios de la música los dejó, habían roto el pacto.

El ángel, solo, hizo armonías tan dulces que muchos se aburrieron. El demonio, hizo música tan áspera que nadie quiso escucharlo. El otro navegó a la deriva en su guitarra. El último heredó sus baquetas y se quedó sin voz.

Ahora, cada vez que alguien escucha sus canciones, el dios de la música aparece, y se ve bailar a ángeles y demonios a través del universo...